viernes, 10 de febrero de 2012

El trabajo de tu vida

¿Qué harías si te ofrecieran el trabajo de tu vida? Aquel que te dará la oportunidad de conocer a gente importante, con el que aprenderás un montón, crecerás como profesional; en definitiva, el trabajo que te abrirá todas las puertas. Seguro que contestarías que sí sin pensarlo. Pero, algunas veces, muchas veces, el trabajo de tu vida viene acompañado de la siguiente aclaración: “Ya sabes que estamos en crisis, la cosa está mal para todos y en estos momentos no podemos ofrecerte una remuneración”. Es decir, el trabajo de tu vida viene con un pequeño detalle añadido: no va a ser un trabajo. Porque no vas a ser ni siquiera el último eslabón de la empresa: directamente no vas a ser un eslabón. Vas a ser un ente aparte, de cuyo trabajo todo el mundo se beneficia menos tú mismo.

Que levante la mano quien nunca se haya prestado a algo así, o se lo haya planteado. Una licenciatura, dos postgrados, cursillos varios y cinco años de experiencia laboral no valen nada en estos tiempos que corren. Y menos para un periodista. Una profesión profundamente vocacional, en la que muchos de nosotros permitimos situaciones como la que antes mencionamos, repitiéndonos constantemente la idea de que es mejor hacer algo que quedarse en casa perdiendo el tiempo. Lo que habría que aclararles a muchos empresarios es que de la vocación no se come. Y algunos tenemos ese vicio, qué se le va a hacer, aunque tampoco sabemos por cuánto tiempo podremos mantenerlo, porque la cosa pinta mal. Pinta muy mal.

Recientemente, un compañero de facultad acudió a una entrevista de trabajo en una emisora radiofónica. En principio, la cosa no tenía mala pinta: era para un programa de entrevistas y reportajes, con un ritmo muy relajado, temas libres… Parecía el trabajo ideal, sobre todo para una persona que siempre ha manifestado que la radio es el medio que más le apasiona. El problema llegó cuando este compañero osó preguntar por la remuneración. El entrevistador le miró fijamente a los ojos y le espetó: “Este es un proyecto para apasionados del periodismo. Y yo estoy seguro de que si ahora mismo te hago elegir entre un día de playa y una buena entrevista, tú elegirías la entrevista”. Eso, traducido al lenguaje del común de los mortales, aquel que tiene que pagar alquiler (ni de lejos puede pensar en hipotecarse), la luz, el agua, la comida, el transporte y esos lujos asiáticos del día a día, significa trabajar gratis. Lógicamente, mi compañero salió de la entrevista con risa floja, convencido de que es mejor reír, porque llorar ya hemos llorado mucho. Al final, cuando a uno lo putean hasta la extenuación, termina por encontrarle el punto gracioso al asunto.

Esta anécdota fue solo una de las pocas que me llevaron un día a abrir Periodistas e Indignados. El uso de la segunda palabra es fortuito, pero es difícil encontrar otra que exprese claramente cómo nos sentimos cada día cuando vemos vejados nuestros derechos como trabajadores y como personas, cuando nos enfrentamos a ofertas que parecen diseñadas para pisotear nuestra dignidad y cuando afrontamos cada mañana con dos duros en el bolsillo, alimentándonos de poco más que de esperanza. Esperanza de que la situación cambie, de que al final nuestros esfuerzos se vean recompensados no ya con el éxito, sino con la supervivencia.

Periodistas e Indignados pretende ser una plataforma para denunciar todas esas pillerías de empresarios que se aprovechan de la situación, pidiendo una formación exhaustiva y casi imposible, pagando un sueldo irrisorio en el mejor de los casos, explotando a sus trabajadores como si fueran autómatas. Y también para que, entre todos, aprendamos a reírnos de la situación, de nosotros mismos, porque, por el momento, la risa es una de las pocas cosas que siguen siendo gratis.